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Hace unos años cumplimos con mis amigos del secundario uno de nuestros sueños.  Siempre quisimos hacer un viaje juntos.  Así fue que 6 de nosotros viajamos a la Patagonia Argentina, a la zona del parque nacional de los glaciares, siguiendo la ruta número 40 que recorre parajes y montañas contra la cordillera de los andes.  Una noche, hicimos campamento en lago Pueyrredón.  Mientras terminabamos de comer lo que «el Berni» había preparado (me parece sentir el aroma a fuego de leña y olla de campamento ahora mismo), me alejé un poco hasta la orilla del lago para tirarme sobre mis espaldas y contemplar la noche absolutamente oscura y colmada de estrellas.  Hacía mucho tiempo que no veía un cielo así.  Me pareció volver a sentirme niño contemplando desde mi rincón el universo.  Uno a uno mis amigos se fueron recostando cerca en aquella orilla,  formando una fila paralela al límite que proponía el agua.  Las rocas suaves y redondas de la orilla, se sentían cómodas en la espalda y nuestra vista descansaba en la inmensidad.  No hubo cultos en el viaje, no hubo religiosidad más que la de alguna oración para agradecer por los alimentos.  Sin embargo, en la noche estrellada, en la desmedida hermosura de los glaciares, los bosques y la magnífica desolación de los paisajes patagónicos no podía evadirse la sensación de presencia del infinito.

«¿Hace cuánto que no mirás hacia el cielo?» me preguntaba hoy, mientras recordaba con nostalgia aquel viaje, aquellás noches.

Luego de estacionar el auto, caminaba ayer hacia el trabajo y pensaba en todo lo que debía enfrentar ese día.  A medida que me preocupaba y sumergía en mis pensamientos, inmediatamente bajé mi cabeza y mi mirada se perdió en el piso frió de la ciudad.  Recordé en ese momento la enseñanza de los salmos, recordé mi viaje a Patagonia y el cielo estrellado, recordé las palabras de Aldrín volviendo de su misión… y fue en ese momento que levanté la vista al cielo.  Que alivio resultó regalarme la inmensidad celeste del cielo.  En ese momento volví a conectarme con la realidad, la realidad de la enormidad del universo, el soberbio poder de Dios y el tamaño real de mis preocupaciones.  El cielo me conectó con la verdadera perspectiva de mi día.  Y mirando hacía allí, y mirando desde allí, las cosas tuvieron otro peso sobre mis hombros.  Con la vista puesta en el cielo, la realidad se siente desde el lugar correcto.  Somos demasiado pequeños y Dios es mucho mayor que nuestros mayores problemas. Miremos más hacia el cielo hoy.  Levantemos más la vista y bajemos nuestra ansiedad.

 

«El cielo azul nos habla de la grandeza de Dios y de todo lo que ha hecho.  Los días y las noches lo comentan entre sí.  Aunque no hablan ni dicen nada, ni se oye un solo sonido, sus palabras recorren toda la tierra… Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites?»  (Salmos 19:1-4a y 8:3,4 Biblia en Lenguaje sencillo y RVR 1995)

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