Vengo de hablar por 4ta vez por una hora con una paciente que está haciendo quimioterapia. Es agnóstica, o sea que no cree, o mejor dicho, cree en que no es posible creer en un ser superior y estar segura de esto. Y mientras hablábamos del sentido de la vida, de lo que nos trasciende y uno no alcanza a entender; de todos aquellos temas en que las explicaciones populares y generales no llegan a satisfacer más que para la charla informal o políticamente correcta… Terminé pensando, “Qué difícil es ser coherente”. Difícil es vivir acorde y honrando lo que uno dice entender sobre la vida y sus misterios. No es fácil enfrentar el día a día (menos desde un sillón de quimioterapia).
Vivo negociando hasta la contradicción tanto con la fe como su opuesto ante tanto dolor. Las convicciones parecen haberse perdido hoy en el desorden de un viejo cajón de escritorio, que guarda las antigüedades de un pasado en donde se luchaba, se vivía y se moría por las convicciones.
Hoy me hermano con mis amigos agnósticos y reconozco la dificultad que me representa sostener y vivir mi fe coherentemente ante mucho que no puedo explicar o conciliar. Mientras describo mi situación me parece estar poniendo en palabras la condición de muchos que no creen y creen que no se puede creer certeramente. Si somos descuidados en nuestra mirada podemos pensar que nos encontramos en veredas muy dispares y fácilmente consideradas opuestas. Sin embargo, desde el punto de vista de la coherencia y de vivir lo que uno dice creer, no estamos más que caminando por el mismo sendero. Decía una escritora argentina «si no vivimos como pensamos corremos el riesgo de terminar pensando como vivimos.»
La coherencia es una tarea de las más difíciles de alcanzar. Cuando esto se lleva a la experiencia de fe, tal vez lo sea aún más.
Brindo por los que buscan más que por los que han encontrado, brindo por las preguntas más que por las respuestas y celebro el camino que enriquece más que la meta. Tal vez la meta de la búsqueda coherente sea, seguir buscando.