Hay días en que parece que las fuerzas se han ido, que las oportunidades se han terminado y que no se puede más. A veces estos días se hacen largos y se transforman en semanas . Cuando uno mira hacia atrás, se encuentra con que se llevan meses de agotamiento y falta de motivación. Todo puede suceder más rápido de lo que pensamos, o para decirlo mejor, tan rápido que ni lo pensamos.
A la mayoría de las personas que conozco nos cuesta cambiar. Parece que uno se acostumbra hasta a lo que le hace mal o a lo que nos hace infelices. Un día queremos cambiar, y cambiar para bien. Dejar lo que nos agrede y destruye. Dejar lo que nos separa de Dios y la paz. Dejar todo esto no debería ser motivo de lucha, sin embargo, nos encontramos con que nos cuesta cambiar. Si la modificación tiene que ver con un mal hábito, con un carácter difícil, con una adicción, con una conducta que deseamos sea más saludable… el camino puede presentarse muy cuesta arriba.
No obstante, hoy el mensaje de reflexión que llevan estas líneas es de esperanza. Porque tenemos un Dios que no se cansa de confiar en nosotros y de apostar por nuestro crecimiento. Y aunque la semilla tome tiempo, termina germinando si se le permite la humedad necesaria. Pensemos que cuando prendemos la luz esta no es menos valiosa o luminosa porque hace horas que se encontraba apagada. Cuando se enciende una vela, nadie desmerece su luz porque ha estado guardada y sin brillar por meses. Cuando un jugador de basketball encesta un doble, ¿Qué importa que haya fallado los 3 intentos anteriores? ¿Acaso el doble no valdría por las fallas anteriores?
Recuerdo un encuentro entre la selección argentina y su par peruana. El empate 1 a 1 parecía un hecho, resultado que a la Argentina la dejaba casi fuera del mundial. Al minuto 47 del segundo tiempo Palermo, del cuadro argentino, convierte el gol de la victoria. ¿Es acaso menos valioso el gol por haber sido convertido al final del partido? ¿Debe ser anulado a cuenta de todos los demás goles errados por Palermo en su carrera? ¿Por qué nos parece fácil entender esta verdad que nos enseña el deporte pero nos cuesta aplicarla en nuestra vida o a respecto de la vida de los otros? Cuando una persona cambia, cambia! Y el cambio vale, no importa cómo ha sido su pasado. Cuando intentamos un cambio ¿Acaso el hecho de que los demás no lo crean lo hace falso o menos valioso?
San Pablo pasó por la experiencia del cambio. Pero aquel en el que nos encontramos solo nosotros convencidos en nuestra intimidad y el único que nos cree es Dios. Cuando Pablo dejó de perseguir, torturar, encarcelar y matar personas por sus creencias, muchos no creyeron en su cambio. Algunos pensaron que todo era una trampa (Hechos 9). “Pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta…” Ese es el consejo de San Pablo para el cambio. El pasado ya ha sido escrito y está para siempre cerrado, pero el futuro, el futuro amigos está inmaculado, libre, abierto y esperando a que con nuestras decisiones le vayamos dando forma. Este es pura posibilidad de cambio.
Sí, el pasado es la página que dimos vuelta, la casa que dejamos atrás luego de la mudanza, el globo que acabamos de soltar. El futuro, en cambio, es donde vamos a pasar el resto de nuestra vida. Y en el futuro, en el futuro está Dios. Se viene mucho bueno!
“Pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta…” (Fil. 3:13,14)