Se cuenta la historia de un soldado que estando en el frente de batalla fue enviado excepcionalmente a casa ya que su padre, única familia que le quedaba, estaba muriendo.
Cuando el muchacho entró en la unidad de terapia intensiva le sorprendió comprobar que el paciente intubado y semiconsciente, no era su padre. Se había cometido un gran error. Quedó inmóvil por unos momentos y luego preguntó al médico encargado de sala:
– ¿Cuánto tiempo le queda de vida?–
– No lo sabemos, tal vez algunas horas, no creo que mucho más. Ha llegado en el momento justo!– Respondió el facultativo
El joven que acababa de abandonar un campo de exterminio y muerte, meditó unos minutos la situación en la que se encontraba y sus posibilidades, y desde su corazón grande tomó decidido una de las manos del moribundo y dijo suavemente:
– Papá, estoy aquí, he vuelto, no te preocupes.
El paciente oprimió fuertemente la mano del desconocido, sus ojos, que parecían casi ya sin vida, se abrieron con un luminoso fulgor de gratitud. Una sonrisa puso armonía y paz en la expresión del rostro, y falleció minutos después (Enrique Mariscal Cuentos para regalar exclusivamente a dioses, Serendipidad: Buenos Aires, 2000.)
Podríamos preguntarnos quién fue el más beneficiado en esta situación, y sin duda algunos pensamos primeramente en el paciente que no murió solo sino sintiendo la compañía de alguien que tuvo un espíritu generoso. Otros pensarán en el muchacho que fue salvado por error de la guerra o que tuvo el privilegio de acompañar a alguien en un momento tan importante. Lo cierto es que ambos fueron bendecidos por el encuentro, la generosidad y el amor.
Cuando llevamos las cargas “los unos de los otros y cumplimos la ley de Cristo” uno no sabe cómo ni de donde pero nuestras cargas parecen más livianas y nuestro yugo es más fácil. Este es el mensaje con el que Pablo cierra su epístola a los que vivían en Galacia. Había muchas discusiones y malos entendidos sobre que parte de la ley judía ya no estaba vigente desde que Jesús había muerto y que parte sí. Se hablaba de la gracia y las obras, de la circuncisión y la no circuncisión… Temas teológicos que parecen decirnos poco sobre los problemas familiares que tenemos hoy, el inaguantable jefe que día a día tenemos que soportar, la angustia de no sentir a Dios cerca cuando lo necesitamos, la incertidumbre sobre el futuro de asuntos muy importantes para nosotros, etc. Pablo cierra su mensaje recordándonos que para estar seguros de que estamos cumpliendo la Ley de Cristo hay un termómetro fundamental ¿Estamos llevando las cargas de los otros o somos abrumados por las nuestras? ¿Estoy orando por otros que pasan por lo mismo que me angustia a mi o solo oro una y otra vez por lo mio, lo propio y lo mío otra vez? ¿Qué sucedería si cada vez que siento la ansiedad por alguna situación comienzo mi plegaria orando por alguien que está pasando por algo similar?
Como el soldado y el paciente de la historia, nuestras cargas parecerán más llevaderas con la fuerza que se renueva al “cumplir la Ley de Cristo”.
“Sobrelleven los unos las cargas de los otros, y cumplan así la Ley de Cristo” (Galatas 6:2 RVR 2000)