Transcurría el invierno del año 2006. Me encontraba en el estado de Maranhao, bien al nordeste de Brasil. Hacía pocos meses que había concluido mis estudios universitarios y decidí pasar un par de años como misionero. Así es que estaba trabajando junto a dos pastores en Barrerinhas, un distrito que contaba con 70 iglesias. El trabajo era enorme y yo estaba tratando de colaborar con mi pobre portugués. Recuerdo como la gente del pueblo se reía cuando escuchaba mi acento y mis errores al hablar. El clima no ayudaba ya que aun siendo invierno, las temperaturas variaban entre los 29 grados de noche y 38 grados durante el día. Para recorrer el territorio utilizábamos barco, moto-cross y algún vecino que nos llevaba con su 4 x 4. Era una zona difícil de penetrar, con muchos caminos angostos en la selva, ríos, lagunas y arroyos que impedían el paso.
Uno de los dos pastores me había hospedado en su casa, el pastor Mauricio. Pasaron los días y me hice amigo de la familia, especialmente de sus dos hijos. Emilie era la menor, una hermosa garota de 6 años de edad. Simpática, despierta y graciosa. Que bueno era jugar con ella! Era mi compañera y a donde yo iba, ella iba también… siempre estaba conmigo.
Cierto día, por causa del calor y el uso del casco para andar en moto, decidí cambiar de look. Así fue que me hice cortar el cabello bien corto, tan corto que no tenía necesidad de peinarlo. También decidí sacarme la barba. Quedé distinto y con unos años menos encima. Cuando Emilie me vio, se largó a reír! Se reía con tantas ganas, que me tentó y comencé a reír con ella. Mientras se reía me dijo: “você… –jaja- tiro sua barba…-jaja-”! A lo que yo respondí: “Sim, agora sou outra pessoa!” Sin esperar un instante afirmó: “nao! você é sempre, você!”.
Você e sempre, você! Dios y Emilie me enseñaron una lección ese día. Una lección que me es útil cuando las cosas en la vida no están en orden, cuando siento que Dios me mira de otra manera. Cuando pecamos, cuando nos alejamos de lo bueno, cuando llegamos a casa luego de una noche en la que estuvimos muy lejos de Dios… cuando hace mucho tiempo que no sentimos a Jesús cerca nuestro y estamos con el corazón vacío… y especialmente cuando hemos luchado con nuestra conciencia por tanto tiempo, que ya sentimos vergüenza de volver a pedir perdón por lo mismo… Dios tiene un mensaje para nosotros: você é sempre, você!
Así es, sencillo y claro. A la vista de Dios, aunque no lo sintamos, aunque no lo merezcamos, aunque no tengamos cara para volver al Padre… Para Él siempre somos sus hijos. Y cuando un hijo vuelve Él va a hacer una fiesta, aunque sepamos que lo único que merecemos es un castigo.
Cuando sintamos que la vida nos cambió, que las cosas nunca van a volver a ser como antes o que ya no hay vuelta atrás… hace bien recordar las palabras del padre al hijo prodigo. No importa cuanto hayamos cambiado a la vista de otros, para Él, você é sempre, você!
¡Padre, me he portado muy mal contra el cielo y contra ti! Ya no merezco ser llamado tu hijo…acéptame como a uno de tus siervos. Mientras el muchacho todavía hablaba el padre dijo a uno de sus siervo: hagamos fiesta!. Este es mi hijo amado, estaba muerto y ha vuelto a vivir, se había perdido y lo hemos encontrado… (Luc. 15: 21-24 La Biblia en Lenguaje Sencillo)