¿Hace cuánto que no pensamos en nuestro dedo más chico del pie? Insignificante como este es, a los que han sufrido un accidente o por alguna razón ya no lo tienen, les cuesta mantener el equilibrio. El equilibrio de todo nuestro cuerpo se ve afectado por tan diminuto miembro. Aún más, hablando de dedos pequeños, el meñique, débil e insignificante al lado del útil índice, es fundamental para multiplicar las fuerzas de la mano de entre 5 a 10 veces. ¿Alguna vez intentaste levantar las bolsas del supermercado, las pesas en el gimnasio o algún material pesado sin utilizar el meñique? La próxima vez que lo intentes vas a agradecer tener a este poderoso chiquitín.
Dos días atrás tuvimos una emergencia en la clínica médica en donde trabajo. El paciente ingresó a guardia bajo en potasio y con una diarrea crónica, se intentó internarlo pero no quiso. Cuando se retiraba y había apenas cruzado la puerta, sufrió de un infarto. Minutos después yacía en la sala de guardias. Se hizo todo lo que se puede hacer en una emergencia de este tipo, pero su corazón decidió no seguir latiendo. ¿Podía acaso decir el brazo: “no me importa lo que quiera hacer el corazón, yo voy a seguir mi vida”? O ¿podía el oído olvidar la necesidad de su oxigenación y de la sangre que le aporta nutrientes y dedicarse a seguir escuchando música? El cuerpo tiene muchos miembros pero es uno solo.
Estamos tan relacionados unos con otros, dependemos tanto los unos de los otros, nos afectamos continuamente querámoslo o no. “Sucede que si un miembro padece, todos los miembros se conduelen con él. Y si un miembro es honrado, todos los miembros se gozan con él (12:26)”. Estamos tan conectados que cuando uno bosteza me contagia y cuando me rio con ganas alguien se tienta a reír también. Quien nos hizo creer que podíamos vivir nuestras vidas independientemente cuando la realidad nos vive mostrando nuestra interdependencia?
En esta interdependencia constante Dios nos hizo a cada uno con personalidades y capacidades diferentes “para el bien común” (12:7). Tenemos diversas capacidades (1 Cor. 12:4), diversas formas de servir (12:5) y diferentes formas de actuar (12:6) pero todo debe ser para el bien común (12:7). Podemos utilizar lo que hacemos bien para beneficiarse a costa de lo que el Espíritu nos ha dado para el bien común… pero el costo de capitalizar para el provecho personal únicamente, es demasiado alto. Es por eso que al terminar el capítulo sobre este tema, en el último versículo San Pablo abre la ventana y deja entrar una oxigenante briza: “Y ahora os voy a mostrar un camino aún más excelente… si no tengo amor, nada soy” (12:31-13:2), sí, el amor oxigena . Podemos tener todos los dones, todas las capacidades y toda la espiritualidad, pero si lo que tenemos no lo compartimos, si no lo usamos para el bien común ¿De que sirve? Solo cuando el grano de trigo se esparce en la tierra y muere, es que da fruto. Sólo cuando nuestras capacidades y riquezas se encuentran con la necesidad de mi hermano son capaces de servir para algo. Es en los momentos en que la semilla se deja ir, se olvida y se arroja con generosidad que la siembra tiene lugar y los frutos pueden hacerse esperar, pero llegan multiplicados e inevitablemente.
Todos dependemos de todos y cuanto mayor bien hagamos a otros, mayor será el bien que seguramente recibiremos. Cosecharemos mucho más abundantemente de lo que hemos sembrado, pues esa es la ley espiritual de la siembra, de la entrega.
¿Soy hoy parte de algo más grande que yo mismo?
“A cada uno le es dada manifestación del Espíritu para el Bien común” (1. Cor. 12:7)